¿Sabías que los eventos que suceden durante nuestra gestación, el parto y los primeros meses de vida nos condicionan?
Como haya sido el estado emocional de nuestra madre en el momento de nuestra gestación, la situación económica, fallecimientos de seres queridos durante esas fechas, cómo fue el recibimiento de nuestra llegada por parte de nuestros familiares, incluso nuestro nombre marcan un aspecto de nuestra personalidad o de nuestra vida.
Indagar cómo fue nuestro parto, si fuimos o no deseados, ayuda a comenzar a desprogramar aquello que se cristalizó en ese momento.
Muchos de nuestros bloqueos en el presente vienen de programaciones realizadas inconscientes cuando estábamos en la panza.
Comenzar a indagar lo que podamos de esos momentos puede ayudar a desbloquearnos.
Recordá siempre que no estamos reemplazando ningún tratamiento psicológico o médico que estés realizando.
Sí, las historias familiares las heredamos, nos llegan y nos habitan.
En el instante de nuestra concepción, se unen las líneas clánicas de nuestra madre y nuestro padre y nos es transmitida mucha información a esas primeras células que hemos sido.
No sólo las características físicas nos llegan, sino también las maneras de ver la vida, de sentir, de enfermarnos. Nos alcanzan las historias no resueltas, los duelos no realizados, las tensiones del sistema familiar por aquellos que no han sido incluidos o no han sido aceptados.
Es necesario para liberar esa tensión que terminemos algunas historias para poder avanzar en la propia vida.
Nuestro árbol genealógico intenta dar luz a los programas inconscientes que nos tienen prisioneros por redes familiares que se van transmitiendo de una generación a otra, creencias, secretos, juicios, memorias de dolor, de escasez, de sufrimiento, los silencios, abusos.
Esas repeticiones se repiten porque es energía que no ha sido liberada, por eso a través del transgeneracional podemos tomar consciencia de esos programas para que sean reparados y poder avanzar libres por nuestra vida. Podemos descubrir nuestras heridas, cuándo se originaron y aprender qué herramientas utilizar para sanarnos.
Muchas situaciones que vivimos en nuestra vida no tienen que ver con nosotros, sino que nos han sido delegadas por nuestro propio sistema familiar. Las respuestas a algunas preguntas que a menudo nos hacemos están en ese inconsciente familiar que nos contiene.
Por qué no encuentro el amor?
Por qué no puedo progresar en la vida?
Por qué creo que repito la historia de mis padres o de algún miembro de mi familia?
Por qué no tengo un trabajo que me haga feliz?
Por qué siempre tengo deudas?
Por qué no me permito disfrutar de lo bueno que me sucede?
Por qué siento un vacío en mí?
Estos y muchos otros interrogantes tienen respuestas en nuestro sistema familiar. Somos parte de una familia, de una herencia, de un linaje, de un alma familiar. Con los que llegaron antes y nos precedieron, estamos unidos y somos parte del mismo colectivo familiar. A veces tenemos lealtades invisibles con algún miembro de la familia que nos precedió, que nos atraviesan y que vivimos como propias, pero que no lo son. Llevamos impregnadas en nuestro inconsciente emociones negativas de carencias, de penas, de sufrimientos, de sacrificios, de escasez que no nos pertenecen. Aunque las neguemos, las lealtades invisibles actúan en nuestras vidas.
Pero no todo lo que heredamos es malo. Algunos mandatos recibidos nos acomodan, nos sostienen y nos invitan a honrar a quienes ya se fueron.
Las enfermedades de los niños suelen ser conflictos de sus padres. Biológicamente, los niños indefectiblemente espejan y absorben. Sus conflictos son una copia de los conflictos que han adquirido de las organizaciones energéticas de su familia.
Hasta los 3 años la dificultad se piensa heredada de su madre, ya que ambos conllevan una igual noción del ser.
Hasta los 6-7 años también es la madre, aunque un conflicto del padre puede pasar al niño siempre y cuando la madre lo resienta, y será el resentir de su madre y no el de su padre.
A partir de los 7 años se piensa que se hace el paso al padre y este adquiere relevancia.
Hasta los 13-14 aproximadamente, pueden resentir al padre o a la madre. Pueden tomar conflictos transgeneracionales desde muy pequeños, pero solo van a ser resentidos con la aprobación consciente o no, de sus padres.
En determinado tiempo, la singularidad del niño emerge, aparece la autonomía. Suele suceder usualmente entre los once y los quince. Para ayudar en una enfermedad a un niño nos comprometemos como padres, a conllevar el compromiso emocional y hablarle de ello, aunque sea muy pequeño y creamos que no nos escucha. Trabajamos el proyecto sentido y el transgeneracional.
Recordá siempre que no estamos reemplazando ningún tratamiento psicológico o médico que esté realizando tu niño.
Muchas situaciones que vivimos en nuestra vida no tienen que ver con nosotros, sino que nos han sido delegadas por nuestro propio sistema familiar. Las respuestas a algunas preguntas que a menudo nos hacemos están en ese inconsciente familiar que nos contiene.
Por qué no encuentro el amor?
Por qué no puedo progresar en la vida?
Por qué creo que repito la historia de mis padres o de algún miembro de mi familia?
Por qué no tengo un trabajo que me haga feliz?
Por qué siempre tengo deudas?
Por qué no me permito disfrutar de lo bueno que me sucede?
Por qué siento un vacío en mí?
Estos y muchos otros interrogantes tienen respuestas en nuestro sistema familiar. Somos parte de una familia, de una herencia, de un linaje, de un alma familiar. Con los que llegaron antes y nos precedieron, estamos unidos y somos parte del mismo colectivo familiar.
A veces tenemos lealtades invisibles con algún miembro de la familia que nos precedió, que nos atraviesan y que vivimos como propias, pero que no lo son. Llevamos impregnadas en nuestro inconsciente emociones negativas de carencias, de penas, de sufrimientos, de sacrificios, de escasez que no nos pertenecen. Aunque las neguemos, las lealtades invisibles actúan en nuestras vidas.
Pero no todo lo que heredamos es malo. Algunos mandatos recibidos nos acomodan, nos sostienen y nos invitan a honrar a quienes ya se fueron.
Cuando nos regalamos la posibilidad de conocer sobre la vida que vivió nuestra madre, se nos abre un universo de conocimiento para comprender su historia. Las infancias no siempre son momentos de juegos y de inocencia. A veces, son momentos de escasez de afecto, de ausencia de padres, de falta de comunicación. Muchas de nuestras mamás han perdido su niñez con responsabilidades de adultos. Muchas han sufrido violencia, necesidades, abusos. Han tenido que dejar la escuela para trabajar. Tal vez han pasado hambre o han vivido en la pobreza.
Pero lo más importante es que muchas de nuestras mamás han sufrido falta de amor. Falta de besos y de abrazos. Y así fueron creciendo, con miedos y penas. Llegaron a la vida adulta como pudieron.
Cuando se nos revelan sus historias, tendremos una mayor comprensión de cuáles fueron sus dolores, sus tristezas, sus deseos. Conoceremos sus sueños, sus ganas, sus fracasos.
A través de sus heridas, podremos sin dudas sanar las nuestras.
Comprenderemos su alma, sin juicios ni reclamos. Podremos abrazar a nuestra madre desde lo profundo de nuestro corazón. Y así agradecerle amorosa y compasivamente habernos dado la vida, y haber hecho lo mejor que pudo por nosotros, desde su propio lugar y con su propia historia.
Las constelaciones familiares son un camino transformador para la sanación de nuestra relación con nuestra madre.